miércoles, 18 de noviembre de 2015

2ª Parte Camino de perfección de santa Teresa de Jesús

Camino de Perfección de Santa Teresa de Jesús 2ª Parte Entendemos la oración como la comunicación con Dios. No es el mero repetir palabras que no nos tienen sentido, la reiteración como quien canta una tonadilla, sin saber qué quieren decir realmente y sin pararnos a pensar en lo que estamos diciendo. Las personas a veces nos acostumbramos a los rituales. Y en esta costumbre el rito deja de ser un acto sagrado para convertirse en una convención, en un acto sin más. Sin fe, el pan y el vino no son el cuerpo y la sangre de Cristo sino pan y vino, y nada más. Creamos o no en Dios, las enseñanzas de la santa de Ávila no deberían caer en saco roto, y son más necesarias que nunca ahora mismo, en esta sociedad decadente en la que los asuntos del espíritu se resuelven con un poco de falso orientalismo, pues beber de las fuentes de las enseñanzas orientales es una labor que puede llevar años en la vida de cualquier persona si quieren estudiarse en profundidad, lejos de los talleres de yoga de una vez por semana. Consumimos orientalismo como consumimos todo lo demás. Como comenté en la primera parte de esta reseña las afirmaciones de Teresa de Jesús son peligrosas. Porque ¿qué ideas que valgan la pena no lo son? No hay que confundir cumplir la voluntad de Dios con cumplir la voluntad de cualquier superior jerárquico. Santa Teresa habla de una disciplina férrea, una disciplina que se fundamenta en la comunicación directa con Dios mediante la vía contemplativa. Los poderes terrenos representados por reyes, presidentes, alcaldes, gobernadores varios, o en el seno de la misma Iglesia o en la familia no tienen valor ninguno: sólo la voluntad del Amor es sagrada. ¿Somos capaces de ver en estas afirmaciones el potencial totalmente revolucionario de la santa? La unión con Dios es personal. Es el alma que se pone en comunicación y mediante la contemplación goza – o se engolfa, como dice ella – con la visión del Amado. Y el alma que goza de este bien, que nunca puede estar segura de su salvación, pues la tentación del mal siempre está ahí, aún en las almas más elevadas, este alma sólo suspira por la unión completa que sólo se producirá tras la muerte. El alma que se une con el Amor no teme represalias, ni deshonras, ni peleas. Es un alma que se ha templado en el dolor y no lo rehuye. Siguiendo la línea del estoicismo, el dolor es un bien pues purifica nuestra alma, y sólo las almas puras y purificadas pueden entrar en contacto directo con la divinidad. De esta lectura del dolor no debemos pensar en que tenemos que buscarlo, sino vivir el que la vida nos trae. Vivimos en una sociedad en la que el dolor es un tabú, junto con la muerte. Y si bien es cierto que sufrir sin sentido o sin necesidad es absurdo, sí es verdad que el sufrimiento que trae la vida - la muerte de seres queridos, la enfermedad, etc., son sufrimientos con los que deben lidiar. La iniciación muchas veces se produce por el dolor. El dolor nos inicia a la vida espiritual, enriquecida por la oración, o por la meditación, como la queramos llamar. Santa Teresa repasa punto por punto la oración que nos llegó, enseñada por Jesús de Nazareth: el Padre Nuestro. Frase por frase va desgranando el significado de esta forma de comunicarnos con el Amor, pues el Cristo afirmó que Dios es Amor. Para meditar hay que tener limpia la conciencia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Lo principal, pues, es no caer en la tentación del mal: en la tentación de la soberbia, del deseo descontrolado, del placer inútil. Tener limpios la conciencia y el corazón, estar entregados por completo a la divinidad y al amor por los demás. Debemos apartarnos del mundo y entrar dentro de nosotros mismos. Sabias palabras. Muy sabias, en realidad. Pues es dentro de la propia alma donde encontraremos la fuente sagrada del agua divina que nunca deja de correr. Nos reconocemos como seres ruines, siempre a un paso de caer en la tentación del mal, y sólo así, reconociendo nuestros vicios y nuestras debilidades podemos elevar nuestra alma a la Verdad, la Belleza y el Bien.

jueves, 29 de octubre de 2015

Camino de perfección de Santa Teresa de Jesús o una visión personal sobre el misticismo

Camino de Perfección o un ensayo sobre la oración y la renuncia 1a Parte Santa Teresa de Jesús Los místicos están en contacto directo con Dios. No hay intermediarios entre ellos y la divinidad. Por esta misma razón a la iglesia no le gustan, aunque no tiene más remedio que acogerlos en su seno, y hasta canonizarlos para que no desvíen al rebaño creyente por cañadas indebidas. Si una persona siente la Luz directamente, no irá a comprar bombillas. ¿Para qué las quiere? Así el místico siente a Dios en sí, dentro de sí, en su piel, dentro y fuera de sí mismo. Es tal la sensación de bienestar que entra en lo inefable, en aquello que no se puede explicar, porque es sentirse Uno con el Todo, una partícula más de la creación. El espacio y el tiempo dejan de existir, pierden importancia. Se viven las flores, los árboles, el aire, el cielo. Se sienten dentro como si todo viviera en nuestro interior y se sienten fuera. Se desvanece la soledad. Él siempre está, y nos ama. Realmente la experiencia mística puede resumirse así: se siente el Amor del Verbo. Como digo en mi Luzbel de penumbra, en el poema de la página 67: Escucha la plegaria, dime si en Tus manos reposan gaviotas para partir, después, al océano y desplegar para Tu gloria Tu palabra, hecha de sangre y agua. Pero yo de quien quiero hablar es de santa Teresa. Leí el libro de las Moradas, esclarecedor ensayo sobre lo que los cristianos llaman cielo, y el Libro de la Vida, su autobiografía espiritual. Allí la santa de Ávila, después de hablarnos sobre la oración y sus distintas fases, nos cuenta sin ambages y con una prosa limpia su experiencia mística. En Camino de perfección les habla a las monjas de su convento de cómo ser mejores cada día que pasa, cómo aspirar a la perfección en la vida espiritual. Como todas aquellas ideas que valen la pena, las ideas que muestra Santa Teresa son peligrosas, y han inspirado más de una locura, más de una acción delirante, a lo que ella es ajena, aunque lo inspirara en mentes que para mí son retorcidas. Santa Teresa habla sobre la humildad, que para ella es la madre de todas las virtudes, la que hace que nazcan flores en el alma. La humildad, ser siervo de Dios, no debe perderse jamás, y la honra – que hoy podríamos llamar el status o el prestigio – es una cosa del mundo, y como todo lo perteneciente al mundo, deplorable. Apartarse del mundo, recogerse, meditar. Ésas son las recomendaciones a las monjas de su casa. Es curioso porque me recuerda un fenómeno actual: encontramos cursos y curas de meditación por todas partes, música para meditar, talleres, y parece que nuestra mente no puede parar y hay que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder llevarla al redil y que no nos lleve a nosotros al desastre. Hacemos yoga, escuchamos mantras, y lo cierto es que no debemos salir de nuestra cultura y tradición: Santa Teresa nos explica detalladamente cómo meditar, pues rezar, la oración tal y cómo ella la concibe, no es otra cosa que poner la mente en blanco mediante el rezo y comunicar directamente con Dios, que es fuente y razón de existir, y que en su Pasión lo dio todo por nosotros. Santa Teresa, si viera nuestro mundo, acabaría horrorizada: el dinero es el nuevo dios y ella predicaba – de palabra y obra - la pobreza. La pobreza no entendida como no tener lo básico, sí entendida como tener lo suficiente para vivir, la pobreza digna. Y sobre todo recoger las palabras de Jesús de Nazareth y predicar el desprendimiento. Ahora, que estamos esclavizados por los bienes materiales, deberíamos recordar la parábola del camello y el ojo de la aguja. Los libros sagrados, también los de la santa de Ávila, son metafóricos y deben leerse con cuidado, sabiendo que, como la poesía, su interpretación no es literal. Porque el lenguaje poético sugiere pero no muestra. Refiere pero no indica. Cuando Teresa de Jesús nos habla de la mortificación como un gran bien no está hablando de ponerse cilicios, fustigarse o ir de penitente de rodillas en las procesiones de Semana Santa. Ella habla de virtudes interiores, no de laceramientos ni flagelaciones, ni duchas de agua helada en pleno invierno. La mortificación de la santa es lo que llamaríamos hoy en día la renuncia. A veces, no siempre, nuestra voluntad, nuestro deseo no coincide con el deseo de Dios. Dios nos marca un camino y nosotros queremos ir por otro. Si somos capaces de renunciar a nuestro deseo y seguir la voluntad de Dios, estaremos renunciando y en nuestra renuncia hay un gran acto de amor. En clave atea lo que acabo de decir también tiene interpretación: es seguir la voluntad del Amor, y no la nuestra. Consiste en no seguir el camino que nos conviene, que deseamos, y en cambio hacer lo correcto, lo que nuestra ética personal nos dice que es lo justo, aunque para nosotros sea fuertemente inconveniente. En esta renuncia – en esta mortificación – mostramos humildad y amamos el Amor sobre todas las cosas. Él siempre recompensa, aunque sus premios son siempre espirituales. ¿Debemos desterrar el placer? Santa Teresa nos dice que sí, pero aquí se pueden inferir otras ideas: el placer no debe gobernarnos, no debe esclavizarnos. El placer en sí no es negativo, lo negativo es enfocar toda nuestra vida en el placer. Pues es el dolor el que, en los cambios que trae la vida, nos ayuda a crecer y a desarrollar nuestras potencialidades, nos incide en la materialización de los recursos, nos construye, en suma, como sujetos de virtudes. Dejar de lado el dolor implica una infantilización de la persona. Cuando santa Teresa habla de oración vocal - hablada – y oración mental - meditada – habla de centrar la mente, de que no se disperse, de que seamos dueños de nuestro pensamiento. Y quien es dueño de su pensamiento es dueño de su vida.

martes, 16 de diciembre de 2014

Bronwyn y yo

BRONWYN Y YO


Hace cuarenta y un años murió Juan Eduardo Cirlot, para mí el poeta más grande que dio la literatura española en el siglo XX.
Su poesía completa la publicó la editorial Siruela hace ya muchos años en tres tomos imprescindibles en la biblioteca de quien ame la poesía: En la llama, Bronwyn y Del no mundo, de la mano de su hija Victoria Cirlot, directora de la colección El Árbol del Paraíso en la citada editorial, que se distingue por la calidad de los textos que publica.
No es mi intención hacer un estudio sobre Bronwyn. No tengo los conocimientos teóricos ni seguramente las capacidades analíticas de realizar una crítica o una reseña literaria seria sobre este libro inspirado por el personaje femenino de una película titulada El señor de la guerra.
Estos estudios se han realizado y se han publicado en el mismo Bronwyn. Se ha elaborado también un documental sobre el libro: Gerard Gil e Iván Díaz Sancho, entre otras personas, dirigieron un documental titulado: Cirlot, la mirada de Bronwyn, que destaca por su amor al detalle, su pulcritud y su saber hacer las cosas como deben hacerse: bien. Y si me apuro, mejor.
Mi propósito es escribir sobre la fuerza que impulsa a un poeta a escribir poemas y poemas dedicados a la misma figura. A esa fogosidad extrema, esa inspiración constante que, aliada con el esfuerzo y el trabajo cotidiano, confluyen en la materialización de un libro hermoso.
La fascinación es un fenómeno extraño e irracional. Como el enamoramiento. Son fenómenos dignos de un estudio serio, que vaya más allá de hormonas, endorfinas, procesos bioquímicos y alteraciones en las neuronas, que, evidentemente, se producen, pero se producen a consecuencia de y no son la motivación.
La motivación es el pensamiento. Y el pensamiento es el que produce el sentimiento. Porque lo racional y lo irracional están ligados, forman un todo, algo entero, que no está fragmentado, porque cuando se fragmenta es cuando hablamos de enfermedad.
Siempre he amado a los poetas – y no poetas – iluminados. A los místicos, a los idealistas, a los que han sabido crear – y saben – un mundo propio, nacido de su mundo interior y que han tenido la oportunidad maravillosa de darlo a conocer a los demás. Y estos demás han podido entrar, aunque sea momentáneamente, en esos mundos – o no mundos – en los que ha habitado el alma del poeta.
Cirlot, un tiempo después de ver El señor de la guerra, vio Hamlet, y Ofelia le llevó a Bronwyn, la fascinación por el femenino eterno, ligado a la muerte y a la resurrección, a las aguas, pasivas y activas por igual, dadoras de vida y causantes de muerte, símbolo del nacimiento y de la finitud.
Me hubiera gustado muchísimo conocer a Juan Eduardo Cirlot y hablar con él de esa energía primigenia que le impulsó a escribir los poemas.
De porte aristocrático y elitista, crítico de arte, amante de la belleza, siento con Cirlot un vínculo que quizá sea inexplicable racionalmente. Yo, poeta nacida en la clase obrera y que permanece en ella, que vive en un barrio también obrero, de ideología anarquista, siento con Cirlot un lazo que va más allá de inclinaciones o de etiquetas.
Siento un vínculo de alma. Comprendo muy bien su fascinación por la figura de Bronwyn, que le diera horas y horas, años, de trabajo incesante, de búsqueda poética, de nuevos lenguajes donde expresarse, desde el poema en prosa a la poesía fonética.
Estoy escribiendo un poemario erótico, titulado He hablado con la lluvia, del cual se han publicado – y se publicarán cinco más – poemas en la revista Cuaderno Ático, en el blog Erosionados, en las V y VI Mostras de Poesia en Alcanar y en mi página web, además de en mi facebook donde los voy publicando con regularidad.
Llegar a los cuatrocientos poemas como llegué ayer, doce de noviembre, - aunque como es natural no quedarán todos – es algo extraordinario, es caer presa de un sentimiento de éxtasis amoroso, mitad erótico, mitad místico, por alguien lejano, como Bronwyn.
Y sigo teniendo el impulso de escribir. De seguir y seguir hasta que el daimon quiera.
Evidentemente, no me comparo con Cirlot en calidad poética ni en su alcance simbólico, sólo me comparo con él en esa fuerza primigenia que le llevó a escribir un gran libro dedicado a un mismo personaje.
Esa iluminación, ese ansia, ese querer habitar en el mundo de los sueños para que a su vez la realidad sea un poco más habitable.
Esa querencia en realidad esconde un ansia transformadora, del propio yo y del mundo que le rodea, para que los sueños sean un poco más accesibles en la prosa del mundo y de la vida cotidiana.
Es el milagro de la creación, el surgimiento de una necesidad inexpresable de comunicar el mundo propio, que se enriquece y se complementa con el real, sobre el papel, con palabras.
Como si las palabras tuvieran el componente mágico de la metamorfosis, y con ellas pudiéramos transformar la realidad, creando un mundo imaginario pero no por ello menos real, sino complementario: el sagrado mundo de la imaginación sin el cual toda realidad sería pobre, nihilista y absurda.

lunes, 3 de noviembre de 2014

CANTOS : & : UCRONÍAS de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán

CANTOS : & : UCRONÍAS de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán Editorial Calambur

Este libro de poesía de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán es uno de los libros más bellos que he leído en los últimos tiempos, y leo mucha poesía normalmente.

Debo confesar que no conocía a Miguel Ángel ni le había leído nunca, y para mí ha sido un gran descubrimiento, ahora que tantas editoriales publican libros que más que libros de poesía parecen de prosa mala.

La misma portada – plagada de signos – nos remite al título, a aquellos acontecimientos que no sucedieron pero que hubieran podido suceder. Asimismo, los signos nos sumen en un universo físico que acompañará a los pequeños títulos de cada poema después del número del mismo y de los dos puntos, antes del título puesto entre corchetes, siendo así referencia de cada poema. Posteriormente y a lo largo de los poemas, en cada uno de ellos, Miguel Ángel juega con la puntuación y con su significado.

El libro está dividido en dos ciclos: el primero es cóncavo, el segundo, convexo.

La afirmación que voy a hacer ahora es mi lectura, que puede ser totalmente errónea. Interpretar lo que el poeta ha querido decir es siempre arriesgado, sobre todo si es un poemario vanguardista, onírico, en el cual los conceptos son a veces oscuros y siempre simbólicos.

El círculo cóncavo se refiere a la muerte. Está lleno de referencias sobre el tánatos, tantas, que no las quiero transcribir porque podría rellenar lo que queda del folio sólo copiando versos de los poemas, que por cierto son poemas en prosa.
La muerte, vivida con angustia, vivida como tragedia, impregna esta primera parte del poemario que es como una herida – pero la herida es la vida, no la muerte – y como si ese final – seguro para todos nosotros – tuviera también – y al final el poeta se la reconoce – una parte de belleza.

El círculo convexo se refiere a la palabra. Las dudas o mejor dicho la incertidumbre sobre la existencia o la inexistencia de Dios, ese destino fatal que es la muerte segura, lo podemos sortear mediante el verbo, mediante el idioma, mediante la lengua.
Quizá la palabra sea la forma más trascendente que tiene el hombre para comunicarse, para aliviar esa soledad que inevitablemente sentimos.

Este libro de poemas es un libro de conceptos: conceptos que los titulan y que se ven desarrollados por otros conceptos, con referencias egipcias, bíblicas y una potente presencia de los gatos, sobre todo en la primera parte.

El tú al que se refiere el poeta debo confesar que me desconcierta. ¿Es la amada, quizá, a la que van dirigidos los poemas? ¿Sería en este caso un libro de amor? No lo sé y por ello nada puedo afirmar.

Pero desde luego sí puedo decir que es un poemario en la que las referencias son constantes, que pide un esfuerzo al lector para poder entrar en este mundo que se nos ofrece con tanta generosidad,
en este mundo hermoso, bien armado, bien estructurado, en el que las lecturas pueden ser miles, en el que más de una vez vas al diccionario a buscar palabras, palabras que a veces el poeta inventa, como álbeas, por ejemplo, y no es la única.

Miguel Ángel nos pide un pequeño esfuerzo. Soledad, silencio y unos poemas cultivados, cultos, llenos de sangre, guerra y muerte, y que nos deja la esperanza de que al fin la palabra llegue a salvarnos de buena parte del dolor.


lunes, 1 de septiembre de 2014

María Ángeles

UNA SENDA EN LA PENUMBRA
(Hacia el corazón de Japón)

MARÍA ÁNGELES ROBLES

Ediciones La isla de Siltolá (Levante) 2014


Leí este libro con la sensación de estar leyendo un buen libro de poesía. Sobre todo porque es el primer libro de la autora.
Un primer libro siempre debe ser leído teniendo muy en cuenta su carácter primerizo, pero en Una senda en la penumbra esta característica no se evidencia, no se hace palpable. Pienso que María Ángeles ha escrito muchos poemas antes de publicarlo, poemas que seguramente ella ha guardado en el cajón, además de ser una gran lectora, cosa que después veremos reflejada en el Índice de referencias.

Divide el libro en cinco partes basándose en las estaciones del año: empieza con la primavera, sigue con el verano, prosigue con el otoño, va a dar en el invierno y finaliza el ciclo por donde había empezado, en la primavera nuevamente, como si quisiera que la vida se prolongara más allá de la muerte invernal.

La escritura de la poeta es una escritura tranquila, serena, reflexiva, coherente con el leit motiv de su libro: la cultura oriental, y en particular, la japonesa. Nos dice en el prólogo que ha querido huir del ruido y pienso que lo ha conseguido.
Los versos se vierten en pequeños poemas en prosa con el cuidado y el detalle propios de la tradición que ama.
Nos dice que lo efímero nunca desaparece, ya en el primer poema en el ciclo que abre el libro, la estación primaveral. Creo que no es una simple paradoja sino una declaración de intenciones. Una forma de decir que la vida tiene un hálito de eternidad, que pese a nuestro carácter finito, tenemos alma, y todo lo viviente y hasta lo material, tiene ese aliento vital, esa energía, que la vida, en suma, es victoriosa ante la muerte.
María Ángeles nos dice que este libro es un dietario emocional, y cuando va a cerrar la primera parte, nos habla de la búsqueda del sí mismo. El último poema es especialmente bello. Nos habla de los dioses, de la muerte, de la nostalgia, nos dice:

Cómo olvidar las marcas en la piel ajena. Cómo no caer de rodillas ante el dios de los otros. Cómo hacer oídos sordos ante el estruendo del corazón que palpita de nuevo.

Después de estos versos, se inicia la segunda parte. Verano. Más que un dietario emocional – que también – veo en el libro un viaje, un viaje al interior de sí misma, una vivencia del paisaje que nos lleva a los mares interiores, donde el agua es fría, donde los crisantemos se marchitan – y entonces es cuando son bellos como una metáfora de la edad adulta y de la vejez – hay nieve, dolor, belleza y felicidad.
La poeta se conmueve con la vida e hilvana los poemas, también los haikus, de tal manera que además de percibir su conocimiento sobre lo que está escribiendo, conmueve también a los lectores al describir su estado interior, al mostrarnos cómo influye en ella y no sólo a nivel literario.
En ese viaje interior intuimos sus recuerdos, su memoria, sus sentimientos, plasmados de forma bella, en momentos muy asequible pero siempre de manera poética.

Otoño y siguen los paisajes – interiores y exteriores – con la misma maestría. Veo una escritura clásica en la que no faltan los elementos modernos – como por ejemplo el retrovisor de un coche – que refuerza mi creencia de que todas las palabras son poéticas, sólo es necesario tener el suficiente dominio del idioma para saber cómo colocarlas y que sean hermosas.
María Ángeles sigue siempre el mismo esquema: la estación, un título y varios poemas – cortos, normalmente – sobre el título. En otoño nos encontramos con títulos como Un último intento, Hojas muertas, Más allá, Otoño, Bosque, Canción del Otoño, Nubes, Nieve de otoño, Viento, Lo que queda.
La relación con la naturaleza es armónica y vemos en ella un paralelismo entre las emociones y los elementos.

En Invierno quiero transcribir uno de los haikus, que me parece bellísimo:

En la madera
sobrevive el invierno
como en tu pecho.

No esperemos nada, nos dice la poeta. Como si eso fuera sencillo, como si pudiéramos conformarnos con nuestros vacíos, como si el deseo se tuviera que cortar de raíz. No esperar nada, ni de la vida ni de nadie. Una aspiración, quizá, a la paz interior, para vivir ese viaje interno con serenidad.

Finaliza con primavera. La poeta ama los colores neutros, no quiere los colores vivos. Su escritura, así, no es enfática sino fluida, no hay éxtasis sino aceptación. Vislumbro una historia de amor en estos poemas calmados, serenos. Una historia de amor que se cita en medio de todas las alusiones artísticas que luego podremos encontrar en el Índice de Referencias.

Pienso que es un hermoso poemario que vale la pena leer. Las citas de los poemas no impiden una lectura acompasada, rítmica, no impiden entrar en los paisajes, en las historias insinuadas.

Quisiera terminar con versos de la poeta de esta parte final, versos acertados y llenos de belleza:


El dolor es una luz intensa que despeja tus dudas y su cuerpo desnudo la insoslayable respuesta donde apagar la culpa. 

domingo, 31 de agosto de 2014

Alfonsina

POEMAS DE AMOR ALFONSINA STORNI
Editorial HIPERIÓN 3ª Edición (2003)


Nos dice Jesús Munárriz en la Nota Editorial que estos poemas en prosa “conservan, a mi entender, una frescura y una intemporalidad que no parecen responder a los más de setenta años transcurridos desde su redacción. Su intensidad y su belleza se mantienen intactas. Su lectura es un privilegio”.

En 1926 Alfonsina nos dice que estos poemas no son ni pretenden ser una obra literaria. Sólo son frases, lágrimas caídas.

Dividido en cuatro partes: El ensueño, Plenitud, Agonía y Noche, la poeta nos habla de cuatro fases del amor: el inicio, la vivencia, el desarrollo hacia el dolor y el final desgraciado.
Me pregunto porqué es más fácil escribir poemas – y obras literarias en general – sobre los amores imposibles, los amores tristes, los no correspondidos o los que terminan en desastre. Parece que la felicidad es poco proclive a ser plasmada en los libros, y parece también que tiene poco que decir, como si la vida cuando se convierte en rutinaria perdiera por completo el hálito de la poesía.

Encuentro en los poemas de Alfonsina ideas que, sin haberla leído anteriormente, he tenido yo también: soñar al amado, por ejemplo, o divagar sobre los lugares donde él ha estado y donde ha dejado su marca. Parece que el ritual del amor ignora épocas diferentes y saltos en el espacio.

El daimon le dio estos poemas a Alfonsina, y así fueron escritos en pocos días, porque fluían como fluye la sangre, así la palabra se encarna en las venas, en las arterias y va directa al corazón.

Ciertamente hay poemas un poco flojos, hay versos que parecen más prosa que poesía, pero cuando consigue clavar la palabra poética, cuando consigue plasmar el sentimiento y convertirlo en verbo, toca directamente lo sublime. Y lo sublime disculpa los pequeños fallos producto de la escritura inspirada.

Cuando desperté nubes blancas corrían detrás de ti para alcanzarte.

Cuando aposenté la rosa muerta de mi boca fui, sobre aquella pureza, más ligera que la sombra de la sombra.

Te amo profundamente y no quiero besarte.

Siguiendo el curso marcado por el último verso que he transcrito, me llama la atención la prácticamente nula referencia a la sexualidad en estos poemas.
Parece que es una unión de almas, no de cuerpos. Se ama con un sentimiento intenso, que a veces se iguala con la muerte en lugar de con la vida, y que no suscita ningún deseo sexual. La unión es una unión espiritual, y el mismo amor es una esencia, una intensa y poderosa emoción que enlaza con la divinidad, dejando lo corpóreo totalmente de lado. Así, es un amor incompleto.
A pesar de que el editor nos dice que Alfonsina ya no verá los estereotipos de los roles de hombres y mujeres, en esta ausencia total de referencias eróticas en un poemario amoroso, sí veo una represión brutal que conlleva a silenciar la parte física del amor.

En estos poemas amor y muerte aparecen unidos. Hay un fuerte componente necrófilo en los versos, en la unión entre el eros y el tánatos, y de esa mezcla nacen estos gritos convertidos en verso, y vemos cómo se dilata el corazón y sangra.

Alfonsina quizá presentía el suicidio cuando los escribió como un médium, quizá una parte de sí misma sabía que un día, trágicamente, pondría fin a su vida.