miércoles, 18 de noviembre de 2015

2ª Parte Camino de perfección de santa Teresa de Jesús

Camino de Perfección de Santa Teresa de Jesús 2ª Parte Entendemos la oración como la comunicación con Dios. No es el mero repetir palabras que no nos tienen sentido, la reiteración como quien canta una tonadilla, sin saber qué quieren decir realmente y sin pararnos a pensar en lo que estamos diciendo. Las personas a veces nos acostumbramos a los rituales. Y en esta costumbre el rito deja de ser un acto sagrado para convertirse en una convención, en un acto sin más. Sin fe, el pan y el vino no son el cuerpo y la sangre de Cristo sino pan y vino, y nada más. Creamos o no en Dios, las enseñanzas de la santa de Ávila no deberían caer en saco roto, y son más necesarias que nunca ahora mismo, en esta sociedad decadente en la que los asuntos del espíritu se resuelven con un poco de falso orientalismo, pues beber de las fuentes de las enseñanzas orientales es una labor que puede llevar años en la vida de cualquier persona si quieren estudiarse en profundidad, lejos de los talleres de yoga de una vez por semana. Consumimos orientalismo como consumimos todo lo demás. Como comenté en la primera parte de esta reseña las afirmaciones de Teresa de Jesús son peligrosas. Porque ¿qué ideas que valgan la pena no lo son? No hay que confundir cumplir la voluntad de Dios con cumplir la voluntad de cualquier superior jerárquico. Santa Teresa habla de una disciplina férrea, una disciplina que se fundamenta en la comunicación directa con Dios mediante la vía contemplativa. Los poderes terrenos representados por reyes, presidentes, alcaldes, gobernadores varios, o en el seno de la misma Iglesia o en la familia no tienen valor ninguno: sólo la voluntad del Amor es sagrada. ¿Somos capaces de ver en estas afirmaciones el potencial totalmente revolucionario de la santa? La unión con Dios es personal. Es el alma que se pone en comunicación y mediante la contemplación goza – o se engolfa, como dice ella – con la visión del Amado. Y el alma que goza de este bien, que nunca puede estar segura de su salvación, pues la tentación del mal siempre está ahí, aún en las almas más elevadas, este alma sólo suspira por la unión completa que sólo se producirá tras la muerte. El alma que se une con el Amor no teme represalias, ni deshonras, ni peleas. Es un alma que se ha templado en el dolor y no lo rehuye. Siguiendo la línea del estoicismo, el dolor es un bien pues purifica nuestra alma, y sólo las almas puras y purificadas pueden entrar en contacto directo con la divinidad. De esta lectura del dolor no debemos pensar en que tenemos que buscarlo, sino vivir el que la vida nos trae. Vivimos en una sociedad en la que el dolor es un tabú, junto con la muerte. Y si bien es cierto que sufrir sin sentido o sin necesidad es absurdo, sí es verdad que el sufrimiento que trae la vida - la muerte de seres queridos, la enfermedad, etc., son sufrimientos con los que deben lidiar. La iniciación muchas veces se produce por el dolor. El dolor nos inicia a la vida espiritual, enriquecida por la oración, o por la meditación, como la queramos llamar. Santa Teresa repasa punto por punto la oración que nos llegó, enseñada por Jesús de Nazareth: el Padre Nuestro. Frase por frase va desgranando el significado de esta forma de comunicarnos con el Amor, pues el Cristo afirmó que Dios es Amor. Para meditar hay que tener limpia la conciencia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Lo principal, pues, es no caer en la tentación del mal: en la tentación de la soberbia, del deseo descontrolado, del placer inútil. Tener limpios la conciencia y el corazón, estar entregados por completo a la divinidad y al amor por los demás. Debemos apartarnos del mundo y entrar dentro de nosotros mismos. Sabias palabras. Muy sabias, en realidad. Pues es dentro de la propia alma donde encontraremos la fuente sagrada del agua divina que nunca deja de correr. Nos reconocemos como seres ruines, siempre a un paso de caer en la tentación del mal, y sólo así, reconociendo nuestros vicios y nuestras debilidades podemos elevar nuestra alma a la Verdad, la Belleza y el Bien.

jueves, 29 de octubre de 2015

Camino de perfección de Santa Teresa de Jesús o una visión personal sobre el misticismo

Camino de Perfección o un ensayo sobre la oración y la renuncia 1a Parte Santa Teresa de Jesús Los místicos están en contacto directo con Dios. No hay intermediarios entre ellos y la divinidad. Por esta misma razón a la iglesia no le gustan, aunque no tiene más remedio que acogerlos en su seno, y hasta canonizarlos para que no desvíen al rebaño creyente por cañadas indebidas. Si una persona siente la Luz directamente, no irá a comprar bombillas. ¿Para qué las quiere? Así el místico siente a Dios en sí, dentro de sí, en su piel, dentro y fuera de sí mismo. Es tal la sensación de bienestar que entra en lo inefable, en aquello que no se puede explicar, porque es sentirse Uno con el Todo, una partícula más de la creación. El espacio y el tiempo dejan de existir, pierden importancia. Se viven las flores, los árboles, el aire, el cielo. Se sienten dentro como si todo viviera en nuestro interior y se sienten fuera. Se desvanece la soledad. Él siempre está, y nos ama. Realmente la experiencia mística puede resumirse así: se siente el Amor del Verbo. Como digo en mi Luzbel de penumbra, en el poema de la página 67: Escucha la plegaria, dime si en Tus manos reposan gaviotas para partir, después, al océano y desplegar para Tu gloria Tu palabra, hecha de sangre y agua. Pero yo de quien quiero hablar es de santa Teresa. Leí el libro de las Moradas, esclarecedor ensayo sobre lo que los cristianos llaman cielo, y el Libro de la Vida, su autobiografía espiritual. Allí la santa de Ávila, después de hablarnos sobre la oración y sus distintas fases, nos cuenta sin ambages y con una prosa limpia su experiencia mística. En Camino de perfección les habla a las monjas de su convento de cómo ser mejores cada día que pasa, cómo aspirar a la perfección en la vida espiritual. Como todas aquellas ideas que valen la pena, las ideas que muestra Santa Teresa son peligrosas, y han inspirado más de una locura, más de una acción delirante, a lo que ella es ajena, aunque lo inspirara en mentes que para mí son retorcidas. Santa Teresa habla sobre la humildad, que para ella es la madre de todas las virtudes, la que hace que nazcan flores en el alma. La humildad, ser siervo de Dios, no debe perderse jamás, y la honra – que hoy podríamos llamar el status o el prestigio – es una cosa del mundo, y como todo lo perteneciente al mundo, deplorable. Apartarse del mundo, recogerse, meditar. Ésas son las recomendaciones a las monjas de su casa. Es curioso porque me recuerda un fenómeno actual: encontramos cursos y curas de meditación por todas partes, música para meditar, talleres, y parece que nuestra mente no puede parar y hay que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder llevarla al redil y que no nos lleve a nosotros al desastre. Hacemos yoga, escuchamos mantras, y lo cierto es que no debemos salir de nuestra cultura y tradición: Santa Teresa nos explica detalladamente cómo meditar, pues rezar, la oración tal y cómo ella la concibe, no es otra cosa que poner la mente en blanco mediante el rezo y comunicar directamente con Dios, que es fuente y razón de existir, y que en su Pasión lo dio todo por nosotros. Santa Teresa, si viera nuestro mundo, acabaría horrorizada: el dinero es el nuevo dios y ella predicaba – de palabra y obra - la pobreza. La pobreza no entendida como no tener lo básico, sí entendida como tener lo suficiente para vivir, la pobreza digna. Y sobre todo recoger las palabras de Jesús de Nazareth y predicar el desprendimiento. Ahora, que estamos esclavizados por los bienes materiales, deberíamos recordar la parábola del camello y el ojo de la aguja. Los libros sagrados, también los de la santa de Ávila, son metafóricos y deben leerse con cuidado, sabiendo que, como la poesía, su interpretación no es literal. Porque el lenguaje poético sugiere pero no muestra. Refiere pero no indica. Cuando Teresa de Jesús nos habla de la mortificación como un gran bien no está hablando de ponerse cilicios, fustigarse o ir de penitente de rodillas en las procesiones de Semana Santa. Ella habla de virtudes interiores, no de laceramientos ni flagelaciones, ni duchas de agua helada en pleno invierno. La mortificación de la santa es lo que llamaríamos hoy en día la renuncia. A veces, no siempre, nuestra voluntad, nuestro deseo no coincide con el deseo de Dios. Dios nos marca un camino y nosotros queremos ir por otro. Si somos capaces de renunciar a nuestro deseo y seguir la voluntad de Dios, estaremos renunciando y en nuestra renuncia hay un gran acto de amor. En clave atea lo que acabo de decir también tiene interpretación: es seguir la voluntad del Amor, y no la nuestra. Consiste en no seguir el camino que nos conviene, que deseamos, y en cambio hacer lo correcto, lo que nuestra ética personal nos dice que es lo justo, aunque para nosotros sea fuertemente inconveniente. En esta renuncia – en esta mortificación – mostramos humildad y amamos el Amor sobre todas las cosas. Él siempre recompensa, aunque sus premios son siempre espirituales. ¿Debemos desterrar el placer? Santa Teresa nos dice que sí, pero aquí se pueden inferir otras ideas: el placer no debe gobernarnos, no debe esclavizarnos. El placer en sí no es negativo, lo negativo es enfocar toda nuestra vida en el placer. Pues es el dolor el que, en los cambios que trae la vida, nos ayuda a crecer y a desarrollar nuestras potencialidades, nos incide en la materialización de los recursos, nos construye, en suma, como sujetos de virtudes. Dejar de lado el dolor implica una infantilización de la persona. Cuando santa Teresa habla de oración vocal - hablada – y oración mental - meditada – habla de centrar la mente, de que no se disperse, de que seamos dueños de nuestro pensamiento. Y quien es dueño de su pensamiento es dueño de su vida.